lunes, 24 de mayo de 2010

Hay amores que nunca mueren

Aún inquieta quedó posada
Ahora rodeada de soledad
Cerró los ojos y silenciosamente
Sus manos reposaron dadas,
Una con la otra, como si nunca,
Se hubiesen encontrado.

Un chasquido confundió la tranquilidad,
Cuando un rayo de sol consiguió secar,
Aquel lago surcado en su lagrimal,
Y allí estaba él, esperándola
Incansable y lleno de serenidad.

Rompía el mar en la roca,
Y la ligera brisa marina,
Azotaba los rostros de aquellas almas,
Que como jóvenes se fundían,
Bajo la caída de un sol de otoño.

La fría arenilla
Mezclase con sabores salinos
Hilos de oro fino,
Reflejados en unos luceros,
Derraman la poca luz,
Arraigada en aquella cala abandonada.

Tonos de carboncillo,
Delicadamente rodean el fuego
Alimentado por la pasión de haber amado.
Aires de despedida,
Soplan sobre los cabellos grisáceos
Perdidos en una mirada, cálida, y pausada.
Caen diminutas lágrimas
Y apagan lentamente el fuego,
Única luz de la ya inundada noche.

Quedose el fuego intacto,
En la mirada de aquella anciana,
Su sonrisa subió hacia lo más alto,
Aquella estrella iluminada,
Perteneciendo ya a todas las noches,
Y al fruto más maduro de su alma.

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