Han pasado ya varios años desde que Dios quiso llevarse a mi bisabuela Dolores.
Estoy seguro que cuando ella subió a los cielos, de la mano la cogía su Reina del Mayor Dolor que hace apenas un mes, ha vuelto a su casa de siempre, San Dionisio.
He pasado toda mi niñez y parte de juventud viviendo cada Jueves Santo esa cita deseada en la plaza Plateros. Toda la familia incluida mi bisabuela Dolores, bajábamos a la plaza de
Toda la familia, juntos, veíamos la salida y posteriormente, nos reuníamos todos en casa de mi bisabuela para ver pasar desde su balcón de la plaza Plateros, de nuevo a
El hecho era muy emotivo sobre todo cuando pasaba el paso de misterio y el paso de palio que se volvían de cara al balcón de mi bisabuela, como reconocimiento a los años dedicados a ellos. Aún se me escapa alguna lágrima cuando recuerdo aquellos instantes y mi añoranza se muestra reflejada cada vez que busco ese momento cada tarde de Jueves Santo. Estoy seguro que mi bisabuela sigue disfrutando de su Hermandad pero esta vez desde el balcón de la gloria.
La plaza Plateros aún hoy en día, sigue siendo ese punto de encuentro, cada Jueves Santo, de cuantos familiares nos reunimos ayer para parar de nuevo el tiempo, cerrar los ojos y pensar que soñamos despiertos.
Es otra de las grandes devociones en mi corazón que fueron traspasadas a mi, por el simple hecho de amar a corazón descubierto.
Aquellos Jueves Santos eran los de las poesías,
que yo como si fuera niño romancero,
mostrara cada año a esos titulares que amaba mi bisabuela.
Era la llama que ardía por una familia
unida en sentimientos.
Una llama que se apagó
el día que Dios quiso llevarse a mi tío Bobi,
por aquel mes de enero.
Una llama que recupero
y que en estas líneas enciendo,
una llama que mantiene vivo el amor
en aquel rincón de la plaza Plateros.
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